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 Las Cruzadas (iii): la Segunda Cruzada (1146-1149)

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Harpax Caecus
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MensajeTema: Las Cruzadas (iii): la Segunda Cruzada (1146-1149)   Las Cruzadas (iii): la Segunda Cruzada (1146-1149) Icon_minitimeMar 22 Jul 2008 - 15:35

La Segunda Cruzada se origina a causa de la consternación que sintió la cristiandad en occidente cuando cayó Edesa en manos de Zengui, el primer gran caudillo musulmán en conseguir una significativa victoria ante los francos. Edesa era una importante ciudad cristiana, había sido el lugar donde los bizantinos habían encontrado la Sábana Santa, y tenía un valor muy apreciado tanto para oriente como para occidente. La reina de Jerusalén, Melisenda, en un acto desesperado sabiendo que con las fuerzas de oriente no podrían recuperar la ciudad arrebatada a Joscelino, vencido conde de Edesa, envía a Hugo, obispo de Jabala a entrevistarse con el Papa Eugenio III para pedirle ayuda occidental ante tan graves acontecimientos.

Eugenio III no tenía todo el poder consigo, ya que se encontraba en Viterbo en una situación algo incómoda, por no poder siquiera acercarse a Roma, donde los rebeldes a su política dominaban la ciudad. Sin embargo, decidió que había que predicar una Cruzada para fortalecer a la Cristiandad en Ultramar, así que se puso en acción escribiendo una Bula especial al rey Luis de Francia y a todos sus nobles, con el objetivo de convencerlos de abrazar la Cruz y marchar a oriente a recuperar el lugar santo de Edesa.

El rey de Francia hizo un llamamiento a todos sus vasallos, que no le tenían en excesiva consideración, y se encontró un tiempo después con ellos en Bourgues, aunque luego de una fría reunión salió sumamente desilusionado, porque no halló entusiasmo cuando anunció que iba a abrazar la Cruz, y prácticamente ninguno se adhirió a sus palabras, apegados como estaban a sus ricos feudos y a sus productivos campos. Convocó entonces una nueva asamblea tiempo después en Vézeláy en 1146, donde predicó San Bernardo de Claraval en 1146, y donde quedó demostrada la elocuencia del santo, acostumbrado a fulminar con su palabra hablando como si fuera el mismísimo Jesucristo y con una habilidad retórica que impresionó en gran forma a los toscos caballeros francos. Cuenta su leyenda que el discurso del abad encendió de tal forma la fe en los corazones de los nobles que como resultado de ello salieron todos enloquecidos pidiendo cruces y entusiasmados con la idea de viajar a los Santos Lugares.

Bernardo no se detuvo allí, sino que animado por el fervor recogido de sus palabras recorrió todos los territorios de los francos obteniendo un éxito similar pueblo por pueblo en territorio franco, hasta que un obispo lo invitó a Renania, ya en territorio germano, y luego del comienzo de su prédica, que mucho tendría que ver con la exaltación del Cristianismo pero también con el miedo, el odio y la destrucción de todas las demás religiones, tuvieron lugar enormes matanzas de judíos en Alemania, por parte de la gente que tomaba demasiado al pie de la letra la predicación del santo. Una vez aplacadas las revueltas contra los judíos con mucho esfuerzo por parte de los nobles locales, el santo comenzó a predicar con más intensidad en todos los territorios germanos e incluso hubo un encuentro con el rey Conrado, que resultó algo frío y distante.

Pensó en volverse a los territorios francos, pero no volvió a porque insistieron los obispos alemanes en que se quedase predicando. Un segundo encuentro con Conrado en Navidad volvió a desilusionar a Bernardo, pero el pueblo alemán ahora desesperaba por ir a la Cruzada. Finalmente en un último encuentro Bernardo logró conmover de alguna manera al emperador alemán, o al menos pudo convencerlo de partir, ya que este accedió a dar su palabra de emprender junto al rey Luis de Francia la Cruzada.

Esta noticia preocupó al Papa porque no quería involucrar a Conrado en las Cruzadas ya que confiaba en la protección que el rey alemán ofrecía al Papado frente al rey Roger de Sicilia, peligroso adversario de la Santa Sede, y que ahora quedaría con cierta ventaja si aprovechaba la salida de los reyes hacia oriente.
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MensajeTema: El viaje de Conrado   Las Cruzadas (iii): la Segunda Cruzada (1146-1149) Icon_minitimeMar 22 Jul 2008 - 15:49

El año 1147 transcurrió entre los preparativos de los reyes de Francia y Alemania y la preocupación genuina de Eugenio III, que por un lado veía con malos ojos a Roger de Sicilia y que por otro tenía un mal presentimiento por la relación que preveía difícil entre los reyes cristianos.

El ejército de Conrado era impresionante, pero estaba dividido entre los alemanes puros, los lorenenses de habla francesa y los que provenían de familia eslava, que no eran pocos, con lo cual se producían riñas todos los días y Conrado fue delegando, a falta de carácter, el mando a su sobrino Federico, duque de Suabia y heredero del trono. El rey Geza de Hungría facilitó todo tipo de cosas para hacer que el ejército alemán se fuera lo antes posible de su territorio, siempre en un clima amistoso y cordial pero levemente apurado, pensando en los posibles conflictos que se podrían producir en su territorio.

Estando aún en Hungría Conrado recibió una embajada del emperador Manuel Comneno, que envió a Demetrio Macrembolites y a Alejandro de Gravina con instrucciones de tomarle un juramento de vasallaje que puso en aprietos al emperador alemán. Entre indisponerse con Manuel o prestarle vasallaje, de manera muy diplomática Conrado eligió lo segundo, porque en realidad dependía de la buena voluntad del emperador bizantino y de su ayuda para llegar en buen estado y rápidamente a los Estados de Ultramar, que era el objetivo que se había fijado como prioridad absoluta. Luego del juramento Bizancio prometió toda la ayuda posible a Conrado mientras se encontrara en territorio bizantino. En Julio de 1147 Conrado entra en territorio bizantino cruzando el Danubio ayudado por barcos bizantinos y siendo recibido por Miguel Branas, gobernador de Bulgaria, que le dio víveres para todo el ejército. En Sofía, unos días después, Miguel Paleólogo, como primo del emperador y gobernador de Tesalónica le da la bienvenida oficial a Conrado.

Hasta ahí el idilio, todo marchaba a las mil maravillas y alemanes y bizantinos se unían en respeto mutuo. En camino a Filipópolis, de manera repentina, como si hubieran estado mucho tiempo a punto de explotar y el momento hubiera llegado, los soldados de Conrado, no se sabe si por iniciativa propia promovida por la ambición o por instrucciones secretas de Federico de Suabia, comienzan a hacer pillaje y saqueos, llegando a quemar campos enteros y propiedades bizantinas. Una vez en Filipópolis incluso llegan a intentar tomar la ciudad por asalto, pero fracasan. Conrado respondía a las quejas de los funcionarios bizantinos con una ambigua disculpa, diciendo que no podía contener a los bandidos que había en sus tropas todo el tiempo.

El emperador Manuel Comneno envió a un hombre de su confianza, Prosuch, con un ejército a contener a los alemanes, pero las cosas fueron empeorando, pues se originaron verdaderas batallas campales. Los germanos se exaltaron más y rapiñaban constantemente a los pueblos locales y los bizantinos reprimían con fuerza eliminando a todos los alemanes que encontraban en pequeños grupos alejados del núcleo principal del ejército. Por su violencia desmesurada y su creciente odio a los bizantinos sobresalía el duque Federico de Suabia, que llegó al extremo de incendiar monasterios ortodoxos y asesinar a la gente local, impulsado por quien sabe qué premonición divina, olvidando que su enemigo real eran los musulmanes, demostrando su mal carácter, su poca tolerancia, su impertinencia en tierras cristianas que no eran suyas y su insensatez al perder de esa manera soldados que ya no podrían pelear en Oriente.

Manuel, ya en estado de alerta y demasiado enfurecido para pensar con claridad, decidió negarle a Conrado el camino a Constantinopla, pues no quería que semejantes bárbaros se acercaran a su capital, pero Conrado lo desoyó y siguió adelante. Cuando parecía que la batalla era inminente, con el general Prosuch siguiendo la orden del emperador de detener a los germanos, Manuel, que debió contar con un buen asesoramiento de parte de alguien más frío, decidió finalmente que no interviniera y que quedara a la expectativa. Acto seguido, cuando estaban acampados en Tracia, los alemanes tuvieron su momento de amargura cuando una tormenta impresionante inundó su campamento, desarmó sus tiendas y ahogando a muchos hombres y caballos en las riadas y corrimientos de tierras.

Finalmente llegan a Constantinopla, pero en los primeros días cerca de la capital no hay más incidentes de importancia, dado el estado de abatimiento de los germanos y las imponentes murallas de Constantinopla.
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MensajeTema: El viaje de Luis   Las Cruzadas (iii): la Segunda Cruzada (1146-1149) Icon_minitimeMar 22 Jul 2008 - 15:54

El paso de los francos por Bizancio fue mucho más tranquilo que el de los germanos; Luis, el rey de veintisiete años, era de débil carácter, se dejaba influir por sus más allegados de la familia y la nobleza; viajaba con su mujer, Leonor de Aquitania, y con todos los nobles de aquel día memorable de Vézélay, y su ejército era menor que el alemán pero más disciplinado.

Sin embargo, los problemas comenzaron a surgir apenas entraron en el Imperio de Bizancio, porque se encontraron con que los alemanes habían consumido todos los víveres en su paso un mes antes que ellos, o bien pasaban por las zonas saqueadas donde todo estaba destruido y no había más comida. Además, los habitantes de los pueblos por donde pasaban ya desconfiaban tanto de los soldados extranjeros que estaban intratables y resentidos.

En Ratisbona salió al paso del rey el embajador bizantino Demetrio Macrembolites, que ya había tomado juramento de vasallaje a Conrado, pero al rey Luis aparentemente no se lo habría exigido, tal vez porque el emperador sabía que Luis no lo juraría; sin embargo exigió del rey que fuera como amigo y que devolviera todos los territorios que conquistara y que pertenecieran a Bizancio anteriormente: lo primero Luis lo prometió pero sobre los territorios no hizo ninguna promesa, tal vez no querría que sobrevinieran problemas como los de Antioquía en la primera cruzada.

No hubo casi ningún problema hasta llegar a Andrinópolis, solo que la falta de víveres, los precios puestos por los comerciantes locales y los pedidos de pagos adelantados provocaron resentimiento en los francos hacia los habitantes hostiles de Bizancio. En Andrinópolis, nuevos embajadores bizantinos trataron que los francos no se acercaran a Constantinopla, pero fracasaron como con Conrado, aunque no es posible que Luis pensase como éste en atacar la capital bizantina. En fin, los francos sintieron el mismo poco afecto de los alemanes hacia los bizantinos, pero con la violencia contenida, y también estaban resentidos con los alemanes porque vaciaron los almacenes de todo el imperio y provocaron un alza grande en los precios, además de agriar el sentimiento de la población local contra los latinos.

Cuando los francos adelantados se encontraron con los alemanes en las afueras de Constantinopla la mala relación entre ellos se hizo evidente. Como muchos lorenenses de habla franca se pasaron al bando de Luis hubo escaramuzas y se molestaron mutuamente, aunque sin llegar a mayores consecuencias que no sean meras refriegas.

Manuel había discutido con Conrado, pues el emperador se molestó con los soldados alemanes que destruyeron el castillo que Manuel le había asignado a Conrado, y tuvo que darle otro al norte de las murallas. Los alemanes siguieron provocando destrozos y Manuel, irritado, exigió a Conrado una disculpa, a lo que éste contestó que los destrozos eran insignificantes. Manuel estaba casado con la cuñada de Conrado, con lo que la discusión se pareció mucho a una riña familiar, y fue la mujer de Manuel justamente quien logró apaciguarlos a tiempo.

Ciertamente la posición de Manuel no era muy cómoda: con dos reyes y sus ejércitos rodeando su capital ningún emperador podría dormir tranquilo, así que su histeria estaba llegando al límite, y solo se calmó un poco cuando los francos llegaron y comenzaron a discutir y reñir con los alemanes, lo que dio un respiro a los bizantinos, que en eso los dejaron libres de pelearse cuando lo quisieren.
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MensajeTema: La desgracia de los alemanes   Las Cruzadas (iii): la Segunda Cruzada (1146-1149) Icon_minitimeMar 22 Jul 2008 - 15:59

Los alemanes fueron los primeros en llegar a Calcedonia en Asia Menor, y allí Conrado debió elegir entre dos caminos: el que pasa por el interior desde Nicea hacia el sur, o el camino de la costa que Manuel, con sincera preocupación, le había recomendado porque estaría más protegido al estar mucho más lejos de la frontera con los selyúcidas, pero el rey germano eligió el camino de Nicea, tal vez por ser mas corto, aunque a nadie escapaba que el consejo de Manuel era mas sensato, ya que el camino que elegía el rey alemán era a a todas luces peligrosísimo al estar tan cerca de los merodeadores turcos. También Conrado prefirió llevar a los peregrinos con su ejército con la idea de protegerlos, algo sobre lo que Manuel le había advertido que no hiciera, diciéndole que se separara de ellos porque le quitarían movilidad, agilidad y rapidez de desplazamientos, y lo recargarían con la innecesaria necesidad de contar comida para mucha mas gente, con más problemas de disciplina, con mayor lentitud de movimientos y menor seguridad.

El rey alemán demostró ser un necio y un mal estratega al no reconocer la sinceridad de las recomendaciones de Manuel, hecho que fue fatal para su enorme ejército: una vez llegados a territorio turco no tuvieron más víveres, y luego de mucho marchar hostigadios por los jinetes turcos, medio muertos de hambre y sobre todo sedientos fueron emboscados por la caballería ligera turca cerca de Dorilea. Los turcos los sorprendieron en un momento de descanso y absolutamente desguarnecidos e indefensos, casi como si no hubiera entre los alemanes quien organizara la mas mínima defensa. Todo terminó en una verdadera masacre, en tan mal estado estaban los germanos, absolutamente estupefactos ante el increíble espectáculo de un ataque por sorpresa, que los soldados turcos arremetieron contra ellos una y otra vez hasta que los teutones huyeron, y los selyúcidas se dieron a la tarea de eliminar uno a uno a todos los combatientes, hasta que no quedara nadie con vida, salvo un pequeño grupo que pudo pasar la barrera del enemigo. Solo se salvó Conrado y un pequeño montón de oficiales y soldados que huyeron hacia Nicea desesperadamente, con lo cual lograron salvar sus vidas, pero no su honor ni su prestigio.

La altanería del emperador alemán que no quiso reconocer la mejor estrategia a seguir le hizo ser el máximo responsable de la derrota; de todas maneras, como se utilizó un guía bizantino proporcionado por Manuel, Conrado culpó a Constantinopla de traición.
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MensajeTema: Luis en la corte de Manuel   Las Cruzadas (iii): la Segunda Cruzada (1146-1149) Icon_minitimeMar 22 Jul 2008 - 16:07

Volviendo a los francos, el rey Luis llega a Constantinopla en Octubre y ya apenas desmonta se encuentra con los primeros problemas, dado que los alemanes de Lorena que hablaban lengua franca se les querían unir, ya que se sentían más identificados con Luis que con Conrado y reñían constantemente con sus compañeros alemanes, pero las autoridades bizantinas, temerosas de que Luis (que no había jurado vasallaje a Manuel Comneno) reuniera un gran ejército con esta unión, no querían que se les unieran y hacían lo posible para evitar tal encuentro.

Además, los latinos estaban enfurecidos por los tratados de Manuel con los turcos, algo que para los bizantinos era algo así como su medio de sobrevivir y hacerse fuertes, pero que los orgullosos francos jamás llegarían a entender, y los soldados franceses consideraban al emperador como un traidor a la Cristiandad.

El gran Maestre del Temple, Everardo de Barre, ofició de mediador con los funcionarios bizantinos para oficializar la unión de los lorenenses con los francos, obteniendo éxito en su gestión, aunque seguían desconfiando de los bizantinos. Sin embargo, el excelente recibimiento que Manuel le hizo a Luis y a su corte encandiló al rey, que, encantado, no hizo caso de las quejas de sus nobles ni de los problemas de los funcionarios. En esos días Luis se dedicó a recorrer con Manuel y sus cortesanos las mejores atracciones de Constantinopla, y toda su corte parecía vivir un idilio con los bizantinos, el trato mutuo era cordial y constantemente se entrevistaban el rey y el emperador para distraerse y pasar un agradable tiempo juntos. Estaban alojados en el mismo castillo que los alemanes dejaron en muy malas condiciones durante su violenta estancia, pero que había sido reformado apresuradamente por trabajadores locales para los francos.

Sin embargo, sin que lo supiera Luis ni los miembros de su corte, Manuel apresuró los preparativos para que los francos pudieran pasar a la costa asiática, y en cuanto cruzaron el estrecho, con la primera excusa que encontró les traicionó, cortándoles los víveres y abandonándolos a su suerte. Es difícil entender esta decisión, siendo Manuel tan dado a las alianzas y teniendo encandilado al propio rey franco, pero es probable que ya tuviera en su mente la futura alianza con Conrado y que considerara perdida toda oportunidad futura de aliarse con los francos, quienes además eran aliados naturales de los más acérrimos enemigos de Bizancio: los normandos del rey Roger de Sicilia, con quien Manuel estaba en guerra. Fuera cual fuera el motivo, el rey Luis no pudo hacer nada más que resignarse a su suerte y tratar de obtener víveres en las zonas por donde pasara en su camino a Nicea.

A pesar de ello, Luis trató de complacer a Manuel ejecutando al autor del disturbio que dio la excusa al emperador para cortarle los víveres, y con ello en principio no consiguió nada, pero luego Manuel pareció ablandarse, diciendo que daría víveres siempre y cuando el rey franco prometiera devolver a Bizancio los territorios que pudiera conquistar y que sus nobles le rindieran homenaje por dichas zonas ocupadas. El rey Luis aceptó a pesar de las protestas de la nobleza franca.

Sin duda alguna Luis y Conrado fueron fácil presa de un verdadero político bizantino de raza, quien, a pesar de tener los dos ejércitos mayores de la cristiandad a un paso de su amada capital, y en opinión de muchos historiadores con intenciones de capturarla, pudo manejar hábilmente a los dos reyes y a toda la nobleza, transformándolos ahora en sirvientes del imperio, uno, Conrado, por el juramento de vasallaje que efectuó en Hungría, el otro, Luis, a cambio de los víveres necesarios que les había negado en el momento justo.
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MensajeTema: La reunión de Luis y Conrado   Las Cruzadas (iii): la Segunda Cruzada (1146-1149) Icon_minitimeMar 22 Jul 2008 - 16:19

En Nicea tiene lugar el encuentro entre los dos reyes europeos, y allí Luis se entera del desastre alemán, quedando vivamente impresionado de sus consecuencias, pero ahora con la seguridad de tener la mayor fuerza y de ser el jefe máximo de la Cruzada, lo cual no deja de ser un hecho muy importante para los hechos futuros de la misma. En esa reunión deciden juntar sus fuerzas (las de Conrado ya muy reducidas) y avanzar por el camino costero que Manuel le había recomendado al rey alemán en ocasión de su primer avance, demostrando Luis tener un mejor sentido común que Conrado, además de saber aprovechar la experiencia de los demás.

Aunque al principio los dos ejércitos viajaron en paz, los germanos pronto recelaron de los francos que tenían mas víveres que ellos, y comenzaron a pelear con ellos y a saquear las aldeas y poblados bizantinos en busca de comida, entrando inmediatamente en acción los destacamentos bizantinos que vigilaban a los ejércitos permanentemente, reprimiendo a los germanos. Hubo una verdadera batalla campal entre los griegos y los alemanes, que si no hubieran sido ayudados por un destacamento franco hubieran sido exterminados, demostrando que el ejército bizantino todavía estaba en muy buen estado. Conrado restableció el orden en su cada vez más diezmado ejército, y siguieron adelante con los franceses, pero siempre en su retaguardia, lo cual no dejaba de ser potencialmente peligroso por la costumbre turca de atacar a los rezagados.

A través de la costa atravesaron Pérgamo, Esmirna y llegaron a Éfeso, aparentemente en muy desigual estado, porque los germanos estaban completamente arruinados, enfermos, cansados y con su rey aquejado por una rara enfermedad, mientras que los francos aunque a duras penas mantenían el orden, la disciplina y la salud, y contaban con un número de efectivos mucho mayor, bastante similar al que salió de su patria. Conrado se quedó en Efeso por causa de su enfermedad, dejando que sus súbditos siguieran sin él.

Enterado Manuel de este hecho, le envió una afectuosa carta diciéndole que lo recibiría con agrado en Constantinopla y además agregó unos cuantos obsequios, costumbre que lo hacía sentir pródigo y generoso y que a ojos de los otros gobernantes lo llenaba de reputación y prestigio. Conrado accedió con un poco de recelo al principio, pero fue tan bien recibido, tan agasajado en la corte de Constantinopla, que pronto recuperó el ánimo y se sintió mejor, olvidando parte de las desgracias que había sufrido el ejército alemán; en realidad debía estar agradecido porque su prestigio era nulo en esos momentos y solamente Manuel pudo restablecer una parte del mismo con sus atenciones, que, todo hay que decirlo, bien podían estar interesadas. Fue asistido personalmente por Manuel, que era un apasionado por todo el conocimiento, dentro del cual estaba la medicina, y que actuó como su médico personal, obteniendo desde el principio un éxito total sobre el desdichado cuerpo del rey alemán.

Conrado nunca olvidará la atención del emperador, siempre quedará agradecido por eso, no solamente porque lo haya curado, sino por el hecho de hacerle recuperar la estima perdida y darle esperanzas de constituir un nuevo orden europeo. Luego de concertar los consabidos matrimonios de conveniencia, jurarse amistad, y probablemente comenzar las conversaciones sobre el reparto del sur de Italia, y ya pasados más de tres meses de la estancia de Conrado en Constantinopla, se despidieron a comienzos de marzo de 1148, cuando una flota bizantina traslada al rey alemán y su corte a Tierra Santa.

Mientras tanto el rey Luis recibió en Efeso dos cartas del emperador Manuel: en la primera le advertía sobre la posibilidad de un inminente ataque turco, mientras que en la segunda le decía, al mejor estilo occidental, que no podría evitar que los bizantinos tomaran represalias por los saqueos del ejército franco. Esta advertencia estaba originada las noticias que había recibido el emperador en Constantinopla según las cuales había una creciente disminución de la disciplina y el orden en el otrora obediente ejército franco, el cual solía ahora saquear los campos de las aldeas bizantinas en busca de víveres y cuyas acciones eran cada vez más violentas. El rey franco no se dignó contestar ninguna de las dos cartas, quizás por su progresiva desconfianza a la política envolvente y desconcertante de Manuel, de la cual, como ya dijimos, había sido víctima recientemente, y eso demuestra que ya en ese momento se estaba gestando en el pensamiento del rey franco un odio creciente contra Manuel.

Los francos estaban cada vez en estado más lamentable, con la moral muy baja, y para colmo cuando pasaron Decervio los turcos comenzaron a hostigarlos de manera metódica, como era su costumbre, con jinetes veloces y muy eficaces, y sobre todo con embestidas sobre los rezagados o sobre cualquier grupo que se separara del principal, a los cuales capturaban con facilidad o masacraban sin piedad.

Una vez llegados ante un puente que cruza un río y que al atravesarlo permitía llegar a la ciudad de Antioquia de Pisidia (región bizantina que se encontraba yendo hacia el sur antes de Isauria y Cilicia en Asia Menor, no confundir con la famosa Antioquia latina del norte de Siria) se encontraron con un fuerte ejército turco que les hizo frente justo en el momento en que los francos se disponían a cruzarlo. La batalla fue abierta y dura, hubo grandes pérdidas por ambos bandos y cuando parecía que los turcos iban a ser derrotados, en su retirada recibieron refugio en la propia ciudad de Antioquia, y se salvaron detrás de sus murallas, algo que indignó en gran forma a los latinos, que consideraban con toda razón este hecho como una traición por parte de los bizantinos. Sea cual fuere el motivo de la protección a los turcos, ya sea por trato entre las partes, por cambio de favores, por dinero, por venganza o lo que sea, fue una acción condenable, porque dio más motivos a los francos para alejarse de los bizantinos, porque exacerbó todavía más los ánimos de los latinos contra estos, y porque desacreditó mucho más todavía al emperador ante Luis, que ya desconfiaba de él.

El ejército de Luis se iba desmoralizando más y más, cuando en su camino hacia el sur los turcos seguían hostigando incansablemente su retaguardia y sus flancos, especialmente por el camino escarpado que conducía a Attalia, además de soportar las tormentas espantosas habituales los comienzos de año por esas zonas. Su estado al llegar a esa ciudad bizantina era lamentable, eran muchos menos soldados que los que habían salido de Constantinopla, estaban cansados, hambrientos, se violentaban por nada, y solo unos pocos nobles con sus séquitos y muy cercanos al rey Luis se mantenían con la moral intacta. El emperador Manuel había dado a Landolfo, gobernador de Attalia, la orden de avituallar al ejército franco y facilitar todo lo que le pidieran, pero la ciudad no era de grandes proporciones y comenzaron los problemas con el abastecimiento no solo de los francos sino también de la población local, que se quejaba de sus visitantes y de que estos atrajeran a los turcos por donde pasaran.

Precisamente una noche los turcos atacaron a los francos en su propio campamento en las afueras de la ciudad, (aparentemente con la venia de los bizantinos por la facilidad de su llegada sorpresiva, un motivo más para seguir recelando mutuamente) y causaron muchas bajas, causando estupor y bajando aún más la resentida moral de los cruzados. Sin embargo el gobernador, en un acto bondadoso, permitió al ejército franco entrar en la ciudad y los hizo atender, especialmente a los heridos, quedando un poco mejor la situación para los latinos. El rey Luis pidió a Landolfo que le consiguiera una flota para realizar el resto del camino por mar, debido a que si lo hacía por tierra, según sus cálculos, probablemente llegarían muy pocos o casi nadie a Antioquia, su primer destino importante en Ultramar, en el norte de Siria. Pero el gobernador bizantino, que parecía entenderse bien con el rey franco, solo pudo conseguir una pequeña flota que alcanzaba para el rey, algunos miembros de su séquito, y todos los jinetes con sus respectivos caballos que pudo hacer entrar en los barcos, los cuales partieron inmediatamente. El rey llegó así al puerto antioqueno de San Simeón en Marzo de 1148, terminando su viaje poco elegantemente, puesto que había abandonado miserablemente a sus soldados en Attalia, donde se encontraron de repente sin su rey y señor. Una segunda flota fue conseguida por Landolfo poco después, en la cual zarparon hacia San Simeón algunos nobles entre los cuales se encontraba el conde Thierry de Flandes y el resto de los caballeros, completando el abandono de los infelices soldados. Landolfo, en cuanto la nobleza franca hubo partido, desalojó a los pobres soldados sin jefes a un campamento en las afueras de la ciudad, donde los francos no quisieron quedarse, porque se sentían desprotegidos fuera de las murallas, porque sospechaban de los bizantinos como agentes de los turcos, y porque ya no tenían a su famosa caballería sin la cual se sentían totalmente inofensivos. Para estos pobres soldados, absolutamente abandonados por todos sus jefes, el enemigo seguía siendo la supuesta alianza entre turcos y bizantinos, cuando en realidad fueron víctimas de los planes de su propio rey.

Su penosa travesía por tierra dio por resultado que menos de la mitad de ellos pudieran llegar a Antioquia recién en Junio, pereciendo el resto en manos de los turcos, y los que llegaron lo hicieron medio muertos de hambre, o heridos, o en muy malas condiciones físicas. Tras los francos llegaban también los pocos alemanes que pudieron resistir un segundo viaje después de su desastroso primer intento, dando una imagen realmente patética al llegar a la gran ciudad de Siria.
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MensajeTema: Problemas en Antioquía   Las Cruzadas (iii): la Segunda Cruzada (1146-1149) Icon_minitimeMar 22 Jul 2008 - 17:52

La ciudad de Antioquia se vistió de fiesta para recibir al rey Luis y a la reina Leonor, que se había visto horrorizada por semejante viaje junto con las demás damas de la corte y que respiró aliviada al llegar al puerto de San Simeón. El príncipe Raimundo ni siquiera esperó a que Luis llegara a su ciudad, sino que junto a todos sus barones tomaron sus caballos y salieron al galope hacia San Simeón a recibir con toda la pompa al rey franco, queriendo además adelantarse para obtener su buena voluntad.

La entrada a la ciudad fue apoteósica, el recibimiento brindado por los caballeros franco orientales fue espléndido, y en seguida se organizaron fiestas acordes con el acontecimiento, del cual se esperaban verdaderos milagros. Como se hicieron gala de todo tipo de lujos en salones adornados con alfombras, cortinados, cubiertos de plata y con todo tipo de entretenimientos, juegos y demás, los caballeros llegados de occidente estaban tan encantados que olvidaron por completo a la infantería que penosamente estaba tratando de unirse a ellos, y se dedicaron a beber y a bailar y el que pudo trató de obtener los beneficios de las damas de la sociedad antioquena franca.

En medio de este ambiente festivo, típico de las alegres cortes medievales occidentales mezclado con elementos lujosos orientales, que Manuel Comneno admiraba y trataba de imitar en Constantinopla, la sombra de un engaño atravesó la mente del rey franco. Esa sombra era su propio anfitrión, Raimundo de Antioquia, que desde que llegó la pareja real se acercaba cada vez más a la reina Leonor, provocando en Luis una incipiente desconfianza, pero por sobre todas las cosas el temor de quedar en ridículo frente a sus súbditos, algo que no hubiera sido digno de un rey.

Raimundo tenía un excelente plan para desarrollar ahora que tenía un ejército a mano, que comenzaba por sitiar y tomar la ciudad de Alepo, pero lamentablemente Leonor lo apoyó tan abiertamente que provocó la ira de Luis, que, carcomido por los celos, decidió marchar a Jerusalén de inmediato para alejarla de Raimundo y terminar de raíz con este tema tan delicado. Leonor no era una mujer que se dejara intimidar y además valía mucho más que su mezquino esposo, entonces decidió no solamente no acompañarlo, sino que también decidió divorciarse. Sin embargo, Luis no se dejó amilanar y por la fuerza la recogió y la obligó a acompañarlo a Jerusalén, con lo cual el brillante plan de Raimundo se derrumbó para siempre, y el príncipe quedó tan desolado y ofendido que decidió no apoyar de ninguna manera y bajo ninguna circunstancia a los cruzados.

Raimundo era tío de Leonor, ésta era una mujer inteligente y con intenciones de independizarse y Luis era obcecado, indeciso y celoso; casi todas las familias de nobles francos estaban emparentadas en mayor o menor grado, y eso aumentaba la tensión entre las diferentes casas, especialmente cuando las murmuraciones apuntaban a algún romance prohibido, cosa que solía caldear los ánimos a veces hasta límites intolerables.

En definitiva: nuevamente una cuestión personal evitó que los cruzados pudieran seguir el mejor de los caminos para enfrentar al infiel, ya que este tipo de historias fue muy común a lo largo de todas la historia de las cruzadas.
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MensajeTema: La estrategia a seguir   Las Cruzadas (iii): la Segunda Cruzada (1146-1149) Icon_minitimeMar 22 Jul 2008 - 17:57

Los planes que se podían seguir eran en realidad muchos, puesto que todos los príncipes y nobles del oriente franco deseaban fortalecer sus posiciones, pero lo que primero olvidaron los cruzados fue que el motivo por el cual estaban allí se había originado en la caída de Edesa. Alepo hubiese sido un excelente comienzo, y esa era la idea de Raimundo de Antioquia, pero también estaba Joscelino de Edesa en Turbessel, que reclamaba a gritos la atención del rey franco para poder reconquistar su ciudad.

A pesar de que el apremio era muy grande para los príncipes del norte, Luis decidió ir hacia el sur por su problema personal con Raimundo y Leonor, y arruinó lo que podía haber sido un gran comienzo para la Segunda Cruzada. También Raimundo de Trípoli deseaba la atención del nuevo ejército para reconquistar Montferrand, y se vería igualmente desilusionado.

Una vez en Jerusalén, comenzaron las negociaciones para ver que objetivo elegirían para comenzar la campaña contra el infiel. El rey Balduino III y la reina Melisenda invitaron a todos los cruzados y a los caballeros de todos los reinos de Oriente a una asamblea a celebrarse en Acre el 24 de Junio de 1148, en la cual se decidiría la cuestión. No se presentó Raimundo de Antioquía por hallarse ofendido por el rey Luis, y tampoco Joscelino de Edesa porque no podía abandonar Turbessel sin arriesgarse a perderla también. Tampoco asistió Raimundo de Trípoli, ofendido por haber sido abiertamente acusado de asesinar a Alfonso Jordán, el conde de Tolosa, que podía, de haber vivido, hacer reclamaciones con cierto derecho sobre Trípoli.

A pesar de las notorias ausencias fue una reunión soberbia, con el rey de Jerusalén Balduino III, la reina Melisenda, el rey franco Luis VII, el emperador alemán Conrado III e innumerables nobles, el patriarca Fulquerio, los jefes de las órdenes militares, en fin, la crema y nata de la sociedad franca oriental y lo más reputado de occidente. La decisión final, sin embargo, fue una locura total: resolvieron atacar Damasco.

Damasco, ciudad extremadamente rica que estaba enclavada entre Siria y Egipto, les daría la oportunidad de dividir para siempre a los musulmanes de ambas tierras, lo que no tuvieron en cuenta fue el hecho de que era un aliado natural de ellos mismos, porque en damasco se odiaba y temía a Nur ed Din, y se hacía todo lo posible para mantener las alianzas con los francos, o sea que atacarla era exacerbar los ánimos de los musulmanes damascenos contra los francos y hacerle un favor al gran caudillo del Islam. No se sabe lamentablemente quien propuso la idea y quienes la aceptaron y quienes no, pero fue una decisión realmente terrible.
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MensajeTema: La campaña contra Damasco   Las Cruzadas (iii): la Segunda Cruzada (1146-1149) Icon_minitimeMar 22 Jul 2008 - 18:02

A pesar de la pérdida de la totalidad de la infantería, los francos de Luis formaban un formidable frente de ataque con los caballeros y los templarios. Además, junto a los restos del ejército alemán de Conrado y sumándole las fuerzas de Palestina (ya que Antioquía, Trípoli y otras ciudades como Turbessel de Joscelino no colaboraron por los motivos ya expuestos) constituían una fuerza que jamás se había visto en Tierra Santa: eran numerosos, estaban bien alimentados, fuertes, con la moral alta y mucho entusiasmo para comenzar la liberación de todas las tierras ocupadas por musulmanes. Sin embargo, la gran falla estaba en la estrategia a utilizar, puesto que la ciudad de Damasco, la bíblica Damasco, la antigua ciudad romana, la ciudad bizantina caída hacía mas de cuatrocientos años ante el Islam, la ciudad capital de los Omeyas, luego olvidada por los califas abassíes, era una aliada natural de los francos, con los que mantenía muy buenas relaciones, y no se explica porqué los reyes locales aceptaron ir contra ella.

Como era de esperar, Unur, el regente de Damasco, cuando se dio cuenta de que los francos iban contra su ciudad no lo podía creer, y contra su voluntad tuvo que pedir ayuda a todo el mundo musulmán, incluido el señor mas poderoso y temido del momento: Nur ed Din, el cual obviamente quería establecer sus condiciones para ayudar a hermanos tan reticentes a colaborar con él y que solían comerciar y tener muy buenas relaciones con los francos.

Los francos se acercaron a la ciudad y avanzaron a través de las ciudades extra muros, ocupándolas y tomando todos los huertos que se hallaban al sur de la misma. Una vez bajo la muralla, el ejército cruzado rechazó ataques de Unur y se dispuso a asaltar la ciudad, pero al día siguiente llegaron miles y miles de refuerzos a Damasco, que comenzaron a hostigar a los francos de tal forma que estos no intentaron un asalto, sino que decidieron establecerse en un llano mas lejano para poder ver los ataques que el enemigo le lanzaba.

Este paso fue fatal, porque en ese lugar estaban totalmente desguarnecidos, mucho mas lejos de las murallas, que además en ese lado este era prácticamente infranqueable, los musulmanes eran cada día mas y los hostigaban sin descanso y para colmo ante estos reveses comenzaron a circular rumores sobre un supuesto soborno de Unur a los jefes locales para que eligieran ese lugar tan desastroso, lo que acabó por minar la confianza de los soldados. Tan ciegos estaban los jefes de la Cruzada que mientras esto sucedía sólo pensaban en cómo se iban a repartir la ciudad y sus territorios. Entonces los señores locales hablaron con los reyes cruzados y les dijeron que debían levantar el sitio porque si no llegaría Nur ed Din con su temible fuerza, y los francos, en tan mal lugar, sin haber podido tomar la ciudad por sorpresa, y tan terriblemente hostigados en los últimos tres días, serían totalmente exterminados. Hubieran creído o no en esto, los líderes de la Cruzada se convencieron de que sin el apoyo de los señores locales no podían hacer nada, y retiraron sus tropas hacia Jerusalén, sin pensar en el terrible hecho de su reputación hecha polvo, del enorme triunfo del mundo musulmán y del fracaso total de todos sus esfuerzos.
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MensajeTema: Política tras el fracaso   Las Cruzadas (iii): la Segunda Cruzada (1146-1149) Icon_minitimeMar 22 Jul 2008 - 18:07

El rey Conrado partió en cuanto pudo a Tesalónica, donde lo esperaban noticias de Manuel, que lo invitaba a Constantinopla para un encuentro fraterno. De ese encuentro salió la alianza de los germanos con los bizantinos, que planearon destruir el reino de Roger de Sicilia y dividirse la península itálica entre los dos. Selló esta alianza el matrimonio de Teodora, sobrina de Manuel y el hermano de Conrado, Enrique de Austria.

Por otro lado, un resentido Luis solamente hablaba de la culpa que tenía el emperador Manuel en el lamentable fracaso de la cruzada, y cuando volvió a Europa lo hizo convencido de que tenía que organizar una Cruzada contra Bizancio, para vengarse de los griegos cismáticos y traidores, para lo cual se unió a Roger II de Sicilia y juntos trataron de convencer al Papa Eugenio, el cual a pesar de que no le convencía la idea autorizó a sus prelados más entusiastas a moverse a ver que conseguían con este asunto. Sin embargo, la fuerte alianza que ligaba al emperador con Conrado III de Alemania lo salvó de una invasión a gran escala que le hubiera sido muy difícil de contener, porque Conrado se negó a participar de la nueva cruzada, a pesar de que todo el mundo quiso convencerlo, hasta recibió la visita del muy cristiano Bernardo de Claraval, que trató de convencerlo con los sermones exaltados que solía dar, pero Conrado ya no se dejaría convencer nunca más por él.

Sin la participación de los germanos los entusiastas reyes de Sicilia y Francia no estaban seguros de poder con el imperio, porque creían, no sin fundamento, que los alemanes de no estar con ellos se pondrían a favor de los griegos, por lo tanto el proyecto íntegro fue abandonado, aunque no por eso la idea de tomar Constantinopla fue dejada de lado, solo faltaba poco más de medio siglo para que la ansiada toma de la ciudad cismática se hiciera realidad.

Entonces, el mapa de Europa de mediados del siglo XII era claramente un sistema de dos alianzas predominantes que competían permanentemente por el poder del mundo conocido: Francos y normandos sicilianos contra alemanes y bizantinos, los cuales arrastraban a todos los reyes menores hacia uno u otro bando.
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